¿Qué leen los marplatenses en las calles, en las plazas, en el colectivo? ¿Cómo y cuándo? En la columna de hoy, cruces entre el pasado y el presente, entre la realidad y la ficción en la Bristol.
Por Dante Galdona
Preocupado porque no encuentro material para esta columna, decido ir a lo seguro. La playa siempre es buen lugar. Si no encuentro material, me veré obligado a mentir. Los tiempos de entrega me apremian. Sentado en el centro de la Bristol, los minutos pasan. Mucha gente leyendo celulares, ninguna con libros. Está repleto de gente que no lee en analógico. Elijo a una señora que se parece a Olga Orozco o al menos me exijo creer eso como disparador.
Saco mi libreta dispuesto a ficcionar y anoto algún posible comienzo. Cuando vuelvo a mirar ya no tiene el celular en las manos, sino un libro de una editorial ya desaparecida pero en perfecto estado, como recién comprado. Alivio. Nada se mueve, solo letras negras sobre papel blanco. Miro alrededor y veo que todo se vuelve monocromo. Blancos, negros y grises salvo el mar y el cielo, que conservan su color. Más atrás, creo ver un señor alto, con cara de pájaro, que corre a otro señor alto y de ojos claros. El primero le habla de Nicaragua, Sandino y la revolución cubana; el segundo corre en busca de Victoria Ocampo, quien arropa a uno y reta a otro: “Julio, dejate de joder, no lo vas a convertir, che”. “Si lo dejo hablar, termino más comunista que él”, le dice Bioy a Victoria, mientras Silvina le dice que vaya a jugar con Georgie, que está solo en la orilla haciendo un laberinto con caracoles y arena.
Una avioneta irrumpe en el cielo con un cartel que dice “Lo esencial es invisible a los ojos”. Todos en la playa saludan al aviador: “¡Antoine, Antoine!”. El vendedor de poemas se para, mira hacia arriba y sigue su curso: “¡Poemas para ser leídos en el tranvía!”. Lo llama Alejandra Pizarnik y se ponen a charlar un rato largo, al cabo agarran una sombrilla y la ponen a favor del viento, se elevan y vuelan a unos diez metros sobre la playa. Roberto Arlt les sacude bombas de arena, Abelardo Castillo va más allá y les tira una botella de whisky que acaba de terminar.
Jauretche y Scalabrini Ortiz formaron un grupo de cinco o seis y les tiran doctrina, Paco Urondo, Rodolfo Walsh y Leopoldo Marechal son los más atentos. En eso, aparece otra vez Victoria, quien pretende echarlos de la playa al grito de “¡La Bristol es para aristócratas, no para fascistas!”, a lo que el gordo Soriano contesta con un: “Callate, vieja oligarca, ahora es del pueblo peronista, andá a tu mansión que nosotros vamos a los hoteles gremiales. ¡Viva Perón!”.
Todos miran al mar y es cuando me doy cuenta de que entre las olas aparece, acercándose a nosotros, Alfonsina Storni. Hay un silencio respetuoso, le hago una reverencia y aprovecho para irme. Una suerte, estos sucesos; estaba a punto de mentirle, estimado lector.